Si nos abrimos al amor de Dios y
su amor lo regalamos más lejos, entonces el otro quedará sano y salvo en este
amor. De nosotros irradiará un carisma salvador, porque el mismo Espíritu de
Dios pudo fluir a través de nosotros. Cada persona tiene un carisma especial
propio. En algunos se notará un frío total cuando uno se acerca a su entorno;
junto a otros se sentirá uno a gusto, pues irradian paz, se nota que uno le va
mejor, que se respira más libremente, que se puede vivir junto a él sin máscara
alguna, que se es aceptado, que se es amado. En semejante atmósfera se sentirá
alivio y bienestar. Nosotros somos responsables de la atmósfera que difundimos.
El que nosotros irradiemos un
atractivo o carisma positivo o negativo, no depende sencillamente de nuestro
temperamento o de nuestra disposición, sino de una cosa: hasta qué punto nos
hemos abierto al amor salvífico de Dios. Inundado por el amor de Dios, el otro
puede reconciliarse consigo mismo y ser así curado. Nosotros somos responsables
de que los hombres en nuestro entorno no enfermen, sino que sanen.
Anselm Grün
Cristo en el hermano
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