miércoles, 6 de mayo de 2015

El amor cristiano es acción

Seguramente pocas palabras son tan usadas como la palabra «amor». La escuchamos en canciones, en conversaciones, en series de televisión, en referencia al sexo... Se usa en todos los ámbitos, y en cada uno de ellos significa algo diferente. Sin embargo, la palabra es la misma.

Sin pretender tener la última palabra, hay que decir que el amor en sentido cristiano no tiene nada o casi nada que ver con la idea de amor que normalmente se utiliza. El amor de Jesús no es el que busca su placer, su «sentir», o su felicidad, sino el que busca la vida, la felicidad de aquellos a quienes amamos. Nada es más liberador que el amor; nada hace crecer tanto a los demás como el amor, nada es más fuerte que el amor. Y ese amor lo aprendemos del mismo Jesús que con su ejemplo nos enseña que «la medida del amor es amar sin medida».

Aquí el amor es fruto de una unión, de «permanecer» unidos a aquel que es el amor verdadero. Y ese amor supone una exigencia -«mandamiento»- de amar hasta el extremo, de ser capaces de dar la vida para engendrar más vida. El amor así entendido es siempre el «amor mayor», como el que condujo a Jesús a aceptar la muerte a que lo condenaban los violentos. A ese amor somos invitados, a amar como él, movidos por una estrecha relación con el Padre y con el Hijo.

Cuando el amor permanece, y se hace presente mutuamente entre los discípulos, es signo evidente de la estrecha unión de los seguidores de Jesús con su Señor, como es signo, también, de la relación entre el Señor y su Padre.

-    El amor cristiano no es un “sentimiento” del corazón, es acción, es una actitud de vida ante el prójimo, sea amigo o enemigo. ¿Cómo muestro yo mi amor a Dios y al prójimo, con sentimentalismos o, como Él nos dice, cumpliendo su voluntad?

-    ¿Vivo mi amor dando lo mejor de mí mismo/a, mi vida?

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