sábado, 2 de mayo de 2015

Yo soy la vid

Leemos en el Evangelio de este domingo una advertencia severa de Jesús, que define la misión de la comunidad. Él no ha creado un círculo cerrado, sino un grupo en expansión: todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que cumplir. El fruto es el hombre nuevo, que se va realizando, en intensidad, en cada individuo y en la comunidad (crecimiento, maduración), y, en extensión, por la propagación del mensaje. 

El sarmiento no produce fruto cuando no responde a la vida que recibe y no la comunica a otros. El Padre, que cuida de la viña, lo corta: es un sarmiento que no pertenece a la vid. Es el sarmiento que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús. El Padre, con la poda, elimina factores de muerte, hace que el discípulo sea cada vez más auténtico y más libre, que aumente su capacidad de entrega y su eficacia. 

El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con él significa apartarse de la fuente de la vida y reducirse a la esterilidad. 

- ¿Vivo realmente en unión con la vid? ¿Cuáles son las raíces últimas que alimentan mi vida? 

- ¿Estoy verdaderamente en unión con Dios? ¿O me pierdo en ramas y sarmientos laterales, en mediaciones religiosas que me apartan del verdadero y absoluto centro?


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