A veces soy Saulo, cegado por las convicciones erróneas. Perseguidor de los que muestran otro rostro de Dios. Defensor de mis propias seguridades. ¿Cuándo me envolverás en tu resplandor? A lo mejor no es una luz, ni un ruido, ni una voz. A lo mejor es el ejemplo de mi hermano. O una noticia que me estremece. O el amor que descubro en otros.
Algo de eso me hablará de ti, y preguntaré ‘¿Quién eres?’ Y tú susurrarás mi nombre, y preguntarás ‘¿Por qué me das la espalda? ¿Por qué no vives mi evangelio?’ Tal vez entonces mis ojos, mis certezas, mis falsas seguridades, se convertirán en ceguera, en duda, en tormenta.
Envíame, Señor, testigos como Ananías, que toquen mis ojos con tu mensaje. Que traigan, en sus palabras, tu verdad. Que me inviten a bautizarme en tu espíritu y tu fuego. Entonces sentiré que tengo una misión, y marcharé a las calles, a las ciudades, a las vidas de tantos que aún no te conocen, para ser, a tu modo, apóstol.
(Rezandovoy)
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