Igual que Pedro, seguramente nos cansamos de aguantar, perdonar, olvidar… Quizás alguna vez hemos expresado: “¡Todo tiene un límite!”
La cifra siete, que propone Pedro, era simbólica. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simboliza la perfección. Pero Jesús rompe esta perfección, y la lleva a su máximo: el perdón, el amor... debe ser absolutamente ilimitado.
Jesús, una vez más, nos hace comprender que el corazón humano jamás dejará de crear motivos para perdonar y ser perdonado, y que, sólo si nuestro corazón se sabe perdonado, tiene la capacidad de soportar la ofensa, pues el perdón se hace realidad mediante una decisión que se envía desde el corazón.
El perdón es una categoría fundamental y radical en el Evangelio y es propuesto por Jesús, para la comunidad, como un elemento constitutivo de la calidad en las relaciones. Cuando se perdona se corren riesgos. Perdonando el pasado doloroso se construye un futuro esperanzador. Se trata de una actitud positiva, optimista. El mal no tiene la última palabra, la persona puede cambiar. Nos podemos plantear hoy estos interrogantes que pueden complementar el de Pedro:
¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Qué tengo que perdonar? ¿Cuántas veces me perdonan? ¿Qué me perdonan? ¿Quién me perdona? ¿No tengo que actuar como Dios y perdonar de corazón a mi hermano?
Al final, Jesús nos sorprende, porque repite ahora a toda la comunidad lo que había dicho personalmente a Pedro (Mateo 16, 19). Así pues, por las palabras de Jesús, todos los miembros de la comunidad quedan encargados de perdonar a sus hermanos. Y esto es verdad, y tiene un gran componente psicológico: muchas personas no descubrirán el "perdón de Dios" -perdón del cielo- si no descubren, cerca de ellos a unos hermanos -en la tierra- que lleven a la práctica, en su conducta humana, una actitud concreta de misericordia y de perdón.
La Iglesia tiene que ser el lugar maravilloso de la misericordia. Y no puede faltar el rezar "juntos", sin encerrarse en las propias intenciones o en actitudes personales.
La cifra siete, que propone Pedro, era simbólica. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simboliza la perfección. Pero Jesús rompe esta perfección, y la lleva a su máximo: el perdón, el amor... debe ser absolutamente ilimitado.
Jesús, una vez más, nos hace comprender que el corazón humano jamás dejará de crear motivos para perdonar y ser perdonado, y que, sólo si nuestro corazón se sabe perdonado, tiene la capacidad de soportar la ofensa, pues el perdón se hace realidad mediante una decisión que se envía desde el corazón.
El perdón es una categoría fundamental y radical en el Evangelio y es propuesto por Jesús, para la comunidad, como un elemento constitutivo de la calidad en las relaciones. Cuando se perdona se corren riesgos. Perdonando el pasado doloroso se construye un futuro esperanzador. Se trata de una actitud positiva, optimista. El mal no tiene la última palabra, la persona puede cambiar. Nos podemos plantear hoy estos interrogantes que pueden complementar el de Pedro:
¿Cuántas veces tengo que perdonar? ¿Qué tengo que perdonar? ¿Cuántas veces me perdonan? ¿Qué me perdonan? ¿Quién me perdona? ¿No tengo que actuar como Dios y perdonar de corazón a mi hermano?
Al final, Jesús nos sorprende, porque repite ahora a toda la comunidad lo que había dicho personalmente a Pedro (Mateo 16, 19). Así pues, por las palabras de Jesús, todos los miembros de la comunidad quedan encargados de perdonar a sus hermanos. Y esto es verdad, y tiene un gran componente psicológico: muchas personas no descubrirán el "perdón de Dios" -perdón del cielo- si no descubren, cerca de ellos a unos hermanos -en la tierra- que lleven a la práctica, en su conducta humana, una actitud concreta de misericordia y de perdón.
La Iglesia tiene que ser el lugar maravilloso de la misericordia. Y no puede faltar el rezar "juntos", sin encerrarse en las propias intenciones o en actitudes personales.
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