Bien mirado, los obreros de la primera hora no se quejan de haber padecido una injusticia (ajustaron un denario y lo recibieron), sino más bien de la ventaja concedida a los otros. No pretenden recibir más, sino que se muestran envidiosos de que los otros hayan sido tratados como ellos. Quieren defender una diferencia. Eso es lo que les irrita: la falta de distinción. La injusticia de que creen ser víctimas no consiste en recibir una paga insuficiente, sino en ver que el amo es bueno con los otros. Es la envidia del justo frente a un Dios que perdona a los pecadores.
Es posible que muchos pensemos como esos jornaleros. Pues, si es así, quizás somos buenos y muy trabajadores, pero no somos discípulos auténticos de Jesús. El discípulo de Jesús no pasa la cuenta ni la hoja de servicios prestados; no exige; no establece comparaciones. El discípulo de Jesús todo lo experimenta como don, como regalo; no actúa desde lo que está mandado ni desde el raquitismo de la ley del mínimo esfuerzo. Estos son algunos de los rasgos que conforman la talla de persona del Reino de Dios.
Porque la parábola no quiere enseñarnos en primer lugar cómo se comporta Dios, sino más bien cómo han de comportarse los justos ante la misericordia de Dios, ante el Reino que propone Jesús, que está abierto a los paganos, y que pide una actitud solidaria entre los trabajadores de dicho Reino: los afortunados con los desafortunados, los justos con los pecadores. Los justos no deben sentir envidia, sino alegrarse ante un Padre que perdona a los hermanos pecadores.
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