Ante un texto del evangelio nunca hemos de dar por sabido el
mensaje, pensando que no podrá decirnos sino lo que hemos aprendido desde
siempre. En la antigua forma de utilizar los argumentos de
Escritura dentro de la teología, se suponía que la Escritura vendría
necesariamente a confirmar la verdad establecida de antemano por la
sistemática. La nueva interpretación de las parábolas exige que nos
dejemos llevar y envolver por el texto. La Escritura es un lenguaje
de amor que proviene del Dios que me ama y con cuya palabra, en principio, me
siento ya de acuerdo. Comprendemos a Dios y los textos de la Escritura,
no primariamente a través de la razón, sino a través del diálogo que Dios
entabla con nosotros en nuestra vida.
Este diálogo con el texto comprende no solamente el momento
en el que preguntamos qué quiere decir, qué mensaje trasmite, sino también el
momento en el que nosotros escuchamos lo que personalmente, o comunitariamente
en el interior de la tradición y de la Iglesia, quiere decirnos.
Mediante este proceso se consigue una verdadera metánoiao
cambio de mentalidad. Al mismo tiempo que el texto deja de ser un
mensaje cifrado, el oyente de la palabra deja de ser el mismo que era antes, ya
que, interpelado o cuestionado por el texto en su modo precedente de entender
la vida, ha entrado en el camino de la conversión.
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