Anunciar la Buena Noticia de la resurrección no es para los cristianos hablar de una doctrina que hay que aprender de memoria o del contenido de una sabiduría para meditar. Evangelizar es ante todo dar testimonio de una transformación en el interior mismo del ser humano: por la resurrección de Cristo nuestra propia resurrección ya ha comenzado. Por su infinito respeto en relación a quienes encontraba (visible a través de las curaciones contadas en los evangelios), rebajándose para no dejar a nadie más abajo que él (es el sentido de su bautismo), Cristo Jesús ha vuelto a dar valor y dignidad a cada uno. Más todavía: Jesús ha estado con nosotros en la muerte, para que podamos estar cerca de él en su comunión con el Padre. Por este «admirable intercambio» (Liturgia de Pascua), descubrimos que somos aceptados plenamente en Dios, plenamente asumidos por él tal como somos. Los cristianos de los primeros siglos resumieron todo esto diciendo: «Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios».
Evangelizar no es ante todo hablar de Jesús a alguien, sino aún más, es hacerlo más atento al valor que esa persona tiene ante los ojos de Dios. Evangelizar significa transmitir las siguientes palabras de Dios que resuenan cinco siglos antes de Cristo: «Eres precioso a mis ojos y te amo» (Isaías 43,4). Desde la mañana de Pascua sabemos que Dios no vaciló en darlo todo para que nunca olvidemos lo que valemos.
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