Perdonar requiere entrenamiento. Como toda
virtud, se adquiere con la ejercitación repetida. El perdón cotidiano nos educa
en la práctica de la reconciliación, que es la razón de ser de los cristianos.
La Iglesia no tiene ninguna otra misión que la de continuar aquella de Jesús,
prolongando a través de los siglos el “año de gracia” que Él vino a anunciar.
Avanzar en la fe es profundizar en las implicaciones del perdón gratuito
y no violento de Dios.
Decir que la Iglesia es una comunidad de
reconciliación nos conduce al espanto de darnos cuenta de lo mal que lo estamos
haciendo. El escándalo de la división de las iglesias hace visible la gran
necesidad que tenemos las comunidades que decimos seguir a Jesús de recibir el
perdón de Dios. Y no solo por la división confesional. Llamar “comunión” a un
orden impuesto desde la exclusión nos aleja aún más de la paz del evangelio.
La parábola que nos cuenta Jesús muestra a un
hombre que, habiendo sido formalmente “absuelto”, no ha hecho verdaderamente
suyo el perdón que le ha sido otorgado. Su agarrar por el cuello al compañero
que le debía 100 denarios parece sacado de las viñetas de un tebeo. Jesús
caricaturiza así a aquellos que diciendo vivir en una comunidad de perdón se
niegan a adquirir los hábitos de conducta que requiere la dinámica de la
reconciliación. Decimos que hemos sido redimidos por Cristo, que somos
pecadores perdonados: Eso se demuestra entrando en el proyecto de
reconciliación que Cristo ha venido a traer sobre la Tierra.
Y de nuevo nos damos cuenta de lo difícil que es
esto de perdonar. En realidad, es imposible sin el Espíritu de Dios, pues el
perdón no puede ser forzado sobre los demás, pero tampoco sobre nosotros
mismos. No hay coerción en el perdón de Dios: “Fuerte en gracia, poderoso en
verdad” afirma de Cristo una cantata de J. S. Bach.
Las ofensas cotidianas son otras tantas
oportunidades de entrenamiento, que bien aprovechadas nos van transformando
hacia el tipo de persona que necesita ese proyecto que llamamos Reino de Dios.
Vivir del perdón, para construir comunidades siempre dispuestas a inventar
nuevas estrategias de reconciliación, cada vez que las circunstancias lo
permitan.
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