Jesús no es «un vendedor de ideologías» ni un repetidor de lecciones
aprendidas de antemano. Es un maestro de vida que coloca al ser humano ante las
cuestiones más decisivas y vitales. Un profeta que enseña a vivir.
Es duro reconocer que, con frecuencia, las nuevas generaciones no
encuentran «maestros de vida» a quienes poder escuchar. ¿Qué autoridad pueden
tener las palabras de los dirigentes civiles o religiosos si no están
acompañadas de un testimonio claro de honestidad y responsabilidad personal?
Nuestra sociedad necesita hombres y mujeres que enseñen el arte de
abrir los ojos, maravillarse ante la vida e interrogarse con sencillez por el
sentido último de la existencia. Maestros que, con su testimonio personal,
siembren inquietud, contagien vida y ayuden a plantearse honradamente los
interrogantes más hondos del ser humano.
Hacen pensar las palabras del escritor anarquista A. Robin, por lo que
pueden presagiar para nuestra sociedad:
«Se suprimirá la fe en nombre de la luz; después se suprimirá la luz.
Se suprimirá el alma en nombre de la razón; después se suprimirá la
razón.
Se suprimirá la caridad en nombre de la justicia; después se suprimirá
la justicia.
Se suprimirá el espíritu de verdad en nombre del espíritu crítico;
después se suprimirá el espíritu crítico».
El evangelio de Jesús no es algo superfluo e inútil para una sociedad
que corre el riesgo de seguir tales derroteros.
J.A. Pagola
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