Las lecturas de hoy, domingo en el que celebramos el bautismo de Jesús, nos recuerdan que podamos entrar en lo
ordinario de un modo distinto: lo que nos distingue como cristianos no es una
superioridad moral, sino esta activa confianza en la obra del Espíritu Santo en
nosotros. Rezar es este acto de confianza en el poder del Espíritu que nos
incomoda para transformarnos y transformar el mundo.
Oramos para permitir que Dios ensanche ese espacio interior desde
donde aprendemos a contemplar su acción sobre las personas y el mundo. Allí se
alienta la bondad del corazón. Este espacio nos permite dar ese paso hacia
atrás y hacia dentro ante las sacudidas, para actuar no desde la reacción sino
desde el amor.
La generosidad hasta el olvido de sí y el perdón no son reacciones
naturales en ninguna persona. Ante un mundo complejo y tantas veces agresivo,
se nos invita a vivir desde la conciencia, a ensanchar nuestro interior para
escuchar y acoger, y emerger con respuestas creativas que hagan posible seguir
creyendo en un Dios que ha optado por actuar desde abajo.
Sí hay que vivir desde la conciencia, asumiendo mi existencia,
gustando quién soy y qué soy. Esto lo podemos entender desde la siguiente
comparación realizada por Carlos Muñoz Novo, sj:
Somos notas. Notas, sin las que no podría haber sinfonía. Notas
indispensables para que suene esta maravilla.
Las notas tienen ritmo y melodía. Las hay corcheas y negras. Las
hay fusas y blancas. Las hay que duran y duran, como las redondas, pero las hay
livianas, casi imperceptibles, a las que llamamos fusas o semicorcheas.
Somos notas y Dios, el compositor que conoce su obra, y cree en
ella, y las ama. Y a esa obra la llamó vida. Y nosotros, notas y ritmos únicos
y distintos hemos de ser las notas únicas y distintas que Dios nos invita a
ser. Dios nos propone un puesto único, irrepetible, en un compás, en un
pentagrama, junto a otras notas únicas e irrepetibles. Cuando estamos en
nuestro lugar- nunca solos, sino juntos-, hacemos acordes, arpegios y la música
más hermosa. Tenemos que conocer qué nota hemos de tocar y con qué ritmo.
Tenemos que conocernos para poder hacer de nosotros, parte de la sinfonía. Si
falta uno, si uno no toca lo que le corresponde, si uno se niega a afinar en la
nota que ha de afinar, si uno se demora más de lo que debe o corre alocadamente
sin ser ése su ritmo, la sinfonía ya no será la misma.
Somos música con otros y la obra perfecta con Dios. Pero a veces
disuena, parece que los acordes no empastan como debieran, a veces la sinfonía
desafina. ¿Por qué desafinamos si somos tan maravillosos? ¿Por qué no suena
música de esperanza, amor y felicidad? ¿Por qué suena ruido de guerra y dolor?
¿Por qué? Porque nosotros somos las notas. Dios es el compositor y nosotros
somos las notas; perfectas y libres. Nos desafinamos porque no estamos atentos
a lo que hemos de hacer y tocar. Desafinamos porque, a veces, preferiríamos ser
otras notas. Hay veces en que queremos ser redondas y largas, en vez de pasar
rápido como las corcheas. Aunque también a veces, preferimos ser corcheas, que
pasen rápido por ese momento en ese instante y desafinamos. Pero el Compositor
paciente, que ama sus notas y cree en su perfección y belleza, nos marca el
camino de vuelta al compás, con las otras notas con las que compartimos la
vida, para que juntos toquemos la mayor sinfonía jamás imaginada: la sinfonía
de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario