domingo, 8 de enero de 2012

La sinfonía de la vida


Las lecturas de hoy, domingo en el que celebramos el bautismo de Jesús,  nos recuerdan que podamos entrar en lo ordinario de un modo distinto: lo que nos distingue como cristianos no es una superioridad moral, sino esta activa confianza en la obra del Espíritu Santo en nosotros. Rezar es este acto de confianza en el poder del Espíritu que nos incomoda para transformarnos y transformar el mundo.
Oramos para permitir que Dios ensanche ese espacio interior desde donde aprendemos a contemplar su acción sobre las personas y el mundo. Allí se alienta la bondad del corazón. Este espacio nos permite dar ese paso hacia atrás y hacia dentro ante las sacudidas, para actuar no desde la reacción sino desde el amor.
La generosidad hasta el olvido de sí y el perdón no son reacciones naturales en ninguna persona. Ante un mundo complejo y tantas veces agresivo, se nos invita a vivir desde la conciencia, a ensanchar nuestro interior para escuchar y acoger, y emerger con respuestas creativas que hagan posible seguir creyendo en un Dios que ha optado por actuar desde abajo.
Sí hay que vivir desde la conciencia, asumiendo mi existencia, gustando quién soy y qué soy. Esto lo podemos entender desde la siguiente comparación realizada por Carlos Muñoz Novo, sj:
Somos notas. Notas, sin las que no podría haber sinfonía. Notas indispensables para que suene esta maravilla.
Las notas tienen ritmo y melodía. Las hay corcheas y negras. Las hay fusas y blancas. Las hay que duran y duran, como las redondas, pero las hay livianas, casi imperceptibles, a las que llamamos fusas o semicorcheas.
Somos notas y Dios, el compositor que conoce su obra, y cree en ella, y las ama. Y a esa obra la llamó vida. Y nosotros, notas y ritmos únicos y distintos hemos de ser las notas únicas y distintas que Dios nos invita a ser. Dios nos propone un puesto único, irrepetible, en un compás, en un pentagrama, junto a otras notas únicas e irrepetibles. Cuando estamos en nuestro lugar- nunca solos, sino juntos-, hacemos acordes, arpegios y la música más hermosa. Tenemos que conocer qué nota hemos de tocar y con qué ritmo. Tenemos que conocernos para poder hacer de nosotros, parte de la sinfonía. Si falta uno, si uno no toca lo que le corresponde, si uno se niega a afinar en la nota que ha de afinar, si uno se demora más de lo que debe o corre alocadamente sin ser ése su ritmo, la sinfonía ya no será la misma.
Somos música con otros y la obra perfecta con Dios. Pero a veces disuena, parece que los acordes no empastan como debieran, a veces la sinfonía desafina. ¿Por qué desafinamos si somos tan maravillosos? ¿Por qué no suena música de esperanza, amor y felicidad? ¿Por qué suena ruido de guerra y dolor? ¿Por qué? Porque nosotros somos las notas. Dios es el compositor y nosotros somos las notas; perfectas y libres. Nos desafinamos porque no estamos atentos a lo que hemos de hacer y tocar. Desafinamos porque, a veces, preferiríamos ser otras notas. Hay veces en que queremos ser redondas y largas, en vez de pasar rápido como las corcheas. Aunque también a veces, preferimos ser corcheas, que pasen rápido por ese momento en ese instante y desafinamos. Pero el Compositor paciente, que ama sus notas y cree en su perfección y belleza, nos marca el camino de vuelta al compás, con las otras notas con las que compartimos la vida, para que juntos toquemos la mayor sinfonía jamás imaginada: la sinfonía de la vida.

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