Porque la soledad, el miedo o el cansancio llegan
cuando quieren y como quieren. Llegan sin preguntar. Unas veces despacito,
poquito a poco, como la puerta que se abre lentamente para que también despacio
se vaya metiendo el frío del desánimo por el cuerpo. Otras veces llegan de
golpe; la soledad, el miedo o el cansancio, entran como elefante en cacharrería
y me tumban, me hunden. Hasta ahí he llegado.
Por eso es tan importante tenerte cerca. Poder
hablar, compartir, llorar, mirar y sentirte cerca. Porque me escuchas con
increíble paciencia. Nunca te excusas para responder, siempre tienes tiempo,
nunca tienes prisa. Antes leías aquellas tristonas cartas, ahora skype, el
móvil o el mail ponen en directo lo que a veces son historias repetidas, los
problemas de siempre, aunque yo me esfuerce porque suenen nuevos. Pero lo mejor
son los cafés. Un paseo y un café, lo más parecido a un trocito de cielo, aquí
en la tierra.
La amistad es el sacramento de Jesús resucitado. La
amistad nos sumerge en una realidad más profunda, más densa y más santa. No es
ya mi vida limitada, estrecha, es la vida compartida. La amistad nos llena de
una luz que no ciega, transparenta. Ya
no más oscuridad sino verdad y confianza. La amistad rompe el gran maleficio,
nunca más solo. Gracias por estar cerca.
José Ignacio García Jiménez, sj
1 comentario:
¡Que gran verdad, encierra el comentario, se me ocurre que para estar cerca, hay que estar a tiro, ponerse a tiro vamos, y olvidarse del tiempo, la prisa es el cáncer de la amistad, la ocupación también.
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