La voz de Dios está en todas
estas cosas. Se escucha en la paradoja:
La voz de Dios se reconoce tanto
en los susurros y los tonos suaves, así como en el trueno y en la tormenta.
Dios le habló a Elías en una suave brisa, sin embargo a Faraón a través de las
plagas.
La voz de Dios se reconoce donde
quiera que uno ve vida, alegría, salud,
color y humor, incluso se
reconoce allí donde uno ve morir, sufrimiento, pobreza, o un espíritu abatido.
Dios está igualmente presente en el Viernes Santo y en el Domingo de Pascua.
La voz de Dios se reconoce en
aquello que nos llama a lo más elevado,
lo que nos distingue, lo que nos
invita a la santidad, y al mismo tiempo nos llama a la humildad, nos invita a
sumergir nuestra individualidad en la
humanidad, y rechaza todo lo que denigra nuestra humanidad. La voz de Dios nos
llama a salir de lo que es puramente humano, incluso nos invita a tomar
humildemente nuestro lugar dentro de la humanidad.
La voz de Dios se reconoce en lo
que aparece en nuestras vidas como "diferente", como otro, como
"alguien no conocido", y también se reconoce en la voz que es
profundamente familiar y que nos llama a casa.
La voz de Dios nos lleva más allá de cualquier lenguaje que conozcamos,
incluso cuando reconocemos en ella, más profundamente, nuestra lengua materna.
La voz de Dios es la que más nos
desafía, aun cuando sea la única voz que en última instancia nos calma y nos
consuela. La voz de Dios perturba a los
que da consuelo y consuela a los perturbados,
sin embargo también consuela a los que da consuelo y perturba a los
perturbados.
La voz de Dios entra en nuestra
vida como el más grandioso de los poderes, y en la vulnerabilidad, de un bebé
indefenso entre pajas. La voz de Dios
crea el cosmos y lo mantiene en existencia, y al mismo tiempo se encuentra en
nuestro mundo como un niño impotente.
La voz de Dios se escucha en
forma privilegiada en los pobres, pero también nos llama a través de la voz del
artista y del intelectual. Dios está en los pobres, incluso cuando el artista y
el intelectual ayuden a revelar las propiedades trascendentales de Dios.
La voz de Dios nos invita a vivir
más allá de todo temor, aun cuando nos inspira un temor santo. Cuando Dios
aparece en la historia humana, invariablemente, las primeras palabras son:
"¡No tengáis miedo!" La presencia de Dios tiene la intención de
erradicar todo el miedo, incluso cuando nos invita a vivir en el "santo
temor", en una reverencia y una castidad que ayudan a crear un mundo en el
que nadie tiene que temer nada.
La voz de Dios se reconoce en los dones del Espíritu Santo, aun
cuando nos invita a nunca negar la complejidad de nuestro mundo y nuestras
propias vidas.
La voz de Dios siempre se escucha
donde se esté disfrutando genuinamente y
haya auténtica gratitud, incluso cuando nos pide negarnos a nosotros mismos,
morir a nosotros mismos, y relativizar todas las cosas de este mundo.
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