viernes, 17 de agosto de 2012

Las paradojas de Dios


La voz de Dios está en todas estas cosas. Se escucha en la paradoja:

La voz de Dios se reconoce tanto en los susurros y los tonos suaves, así como en el trueno y en la tormenta. Dios le habló a Elías en una suave brisa, sin embargo a Faraón a través de las plagas.

La voz de Dios se reconoce donde quiera que uno ve vida,  alegría,  salud,  color y  humor, incluso se reconoce allí donde uno ve morir, sufrimiento, pobreza, o un espíritu abatido. Dios está igualmente presente en el Viernes Santo y en el Domingo de Pascua.

La voz de Dios se reconoce en aquello que nos llama a lo más elevado,  lo que nos distingue,  lo que nos invita a la santidad, y al mismo tiempo nos llama a la humildad, nos invita a sumergir  nuestra individualidad en la humanidad, y rechaza todo lo que denigra nuestra humanidad. La voz de Dios nos llama a salir de lo que es puramente humano, incluso nos invita a tomar humildemente nuestro lugar dentro de la humanidad.

La voz de Dios se reconoce en lo que aparece en nuestras vidas como "diferente", como otro, como "alguien no conocido", y también se reconoce en la voz que es profundamente familiar y que nos llama a casa.  La voz de Dios nos lleva más allá de cualquier lenguaje que conozcamos, incluso cuando reconocemos en ella, más profundamente,  nuestra lengua materna.

La voz de Dios es la que más nos desafía, aun cuando sea la única voz que en última instancia nos calma y nos consuela.  La voz de Dios perturba a los que da consuelo y consuela a los perturbados,  sin embargo también consuela a los que da consuelo y perturba a los perturbados.

La voz de Dios entra en nuestra vida como el más grandioso de los poderes, y en la vulnerabilidad, de un bebé indefenso entre pajas.  La voz de Dios crea el cosmos y lo mantiene en existencia, y al mismo tiempo se encuentra en nuestro mundo como un niño impotente.

La voz de Dios se escucha en forma privilegiada en los pobres, pero también nos llama a través de la voz del artista y del intelectual. Dios está en los pobres, incluso cuando el artista y el intelectual ayuden a revelar las propiedades trascendentales de Dios.

La voz de Dios nos invita a vivir más allá de todo temor, aun cuando nos inspira un temor santo. Cuando Dios aparece en la historia humana, invariablemente, las primeras palabras son: "¡No tengáis miedo!" La presencia de Dios tiene la intención de erradicar todo el miedo, incluso cuando nos invita a vivir en el "santo temor", en una reverencia y una castidad que ayudan a crear un mundo en el que nadie tiene que temer nada.

La voz de Dios se  reconoce en los dones del Espíritu Santo, aun cuando nos invita a nunca negar la complejidad de nuestro mundo y nuestras propias vidas.

La voz de Dios siempre se escucha donde se esté  disfrutando genuinamente y haya auténtica gratitud, incluso cuando nos pide negarnos a nosotros mismos, morir a nosotros mismos, y relativizar todas las cosas de este mundo.

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