domingo, 7 de septiembre de 2014

Ecos de este domingo

“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.


Los cristianos no podemos reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre, atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.

Hemos de reavivar la conciencia de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio, para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.

El futuro de la fe cristiana dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa Francisco en el Vaticano. No podemos tampoco poner nuestra esperanza en el puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza es Jesucristo.
Somos nosotros los que hemos de centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de la Iglesia es urgente. 
Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan decisivo como el volver con radicalidad a Jesucristo.

1 comentario:

HTTP://rosadeabril-m.blogspot.com dijo...

No es posible proclamar el Evangelio ni vivir una vida cristiana fuera de la Comunidad.Las tres lecturas nos lo recuerdan: tenemos que ser "atalaya" en la casa de Israel; tenemos que preocuparnos los unos de los otros; debemos de hacer una corrección fraterna a tiempo, cuando vemos que un hermano se desvía del camino que conduce a la salvación. Debemos saber mirar a los demás como una prolongación de la encarnación de Jesucristo. Debemos amarlos incondicionalmente, más que a nosotros mismos.En Jesús encontramos la más grande motivación para vivir siempre amando, perdonando para sentir como propias las alegrías y las tristezas de los hermanos...Él, con su Amor y con su paciencia nos enseña a vivir en familia construyendo fraternidad y su Palabra es una invitación constante para que salgamos de nuestros egoísmos.

La certeza de que el Espíritu Santo llena nuestro corazón con el Amor del Padre y de que Jesucristo está con su Iglesia, nos anima a seguir trabajando con una dedicación plena, por el bien de todos, en la confianza de la conversión de cada uno de nosotros, en especial , de los más alejados.