miércoles, 10 de junio de 2015

Todo lo exponía en parábolas

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Con la persona de Jesús se pone de manifiesto cómo Dios actúa en nosotros y en el mundo. Jesús, como hace el sembrador, echa la semilla en la tierra, esparce por todas partes su palabra y llena de emoción a la gente con sus signos: los gestos de bondad sobre todo hacia los pobres. Y no se cansa de hacerlo: el evangelio lo presenta como un hombre activo rodeado de gente, interesado por su vida, siempre interpelador.

A pesar de que cuesta ver los cambios, entender el crecimiento, valorar las cosas pequeñas... él es un hombre que enseña a vivir en la esperanza, a entender que no todo depende de nuestras fuerzas, sino que hay un crecimiento sin intervención humana, pero que hay que esperarlo con paciencia activa.

En la primera parábola Jesús quiere mostrar el contraste entre la espera paciente, día y noche, un día y otro, del campesino y el crecimiento inesperado e irresistible de la semilla. Un crecimiento que supera todas las expectativas. Mientras el sembrador duerme, la semilla, por la fuerza que tiene en su interior, va creciendo “ella sola”, sin que el campesino “sepa cómo”.

¿De qué me está hablando el evangelio? ¿De eficacia por el esfuerzo humano o más bien de fecundidad gratuita? Tal como pasa con la semilla sembrada, así es el crecimiento en tantas realidades humanas y mundanas. Tendríamos que ser más perspicaces parar darnos cuenta de realidades que crecen desproporcionadamente respecto a nuestro esfuerzo, que son muy fecundas, a pesar de que nos parecen poco eficaces. Hay realidades que nos parece que no evolucionan, que están estancadas, “enterradas” en la tierra, que nos hacen venir ganas de abandonar, de no insistir, de dedicarnos a una cosa que sea más productiva. Nos cansamos de esperar, nos cansamos de regar un palo seco, nos cansamos de las pequeñeces..., queremos números, resultados, cantidades que justifiquen nuestro trabajo.

Pues bien, Jesús nos pide tener una actitud contemplativa, no menospreciar las cosas pequeñas, confiar en la fuerza interior que Dios ha puesto en nosotros, en las personas, en las realidades humanas.

¡Dejémonos sorprender por la novedad que cada día nos ofrece la vida!


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