sábado, 24 de septiembre de 2016

El egoísmo de muchas personas ricas, su seguridad, su irreligiosidad, su cerrazón del corazón... acaban por hacerles "incapaces de leer los signos de Dios": ni la resurrección de un muerto llegaría a convencerles. Han perdido el hábito de ver los "signos" que Dios les hace en su vida ordinaria. El hecho de reclamar "signos" es un falso pretexto... Que escuchen la "palabra de Dios", la ordinaria, la que los profetas no cesan de repetir.
El abismo que los ricos han abierto entre ellos y los pobres solamente podrá ser superado con una verdadera reparación y una justa distribución. Sin esos dos puntos, el abismo sigue insalvable en esta y en la otra vida. Por eso es importante leer esta parábola desde los valores absolutos del Reino de Dios. Un Reino donde el ser humano tiene que generar desde su vida personal y comunitaria una sociedad donde quepamos todos, y donde el dinero no sea un ídolo que termine asesinando a la gran masa de la sociedad. Por eso el Reino exige acabar con la falsa seguridad de sí mismo y asumir el riesgo de poner la propia existencia al servicio de los hermanos.


¿Qué me dice hoy a mí esta parábola?
¿Tengo alguna riqueza -material, intelectual, espiritual- que hace que mi corazón se cierre?
¿Sé leer los signos de Dios en mi vida? ¿Sé leer la llamada que me hace en las personas que sufren injusticia? 

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