jueves, 3 de noviembre de 2016

Un Dios de vivos

El misterio último de la vida exige alguna respuesta. En una ocasión, E. Chillida decía así:

«De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».

Desde los límites y la oscuridad de la razón humana, los creyentes nos abrimos con confianza al misterio de Dios. La invocación del salmista lo dice todo: «Dios mío, en Ti confío, no quede yo defraudado» (Sal 25, 1-2).

Lo único que sostiene al creyente es su fe en el poder salvador de ese Dios que, según Jesús, «no es Dios de muertos, sino de vivos». Dios no es sólo el creador de la vida; es el resucitador que la lleva a su plenitud.

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