Antes de ponerse a trabajar este fragmento de hoy puede ir bien releer el capítulo 6 desde el principio. El discurso que Juan nos transmite, no es ninguna institución de la Eucaristía que Jesús hubiera hecho, aunque, eso sí, usa un vocabulario sacramental.
No debemos olvidar que en la redacción de los evangelios, a la narración que llega a cada comunidad de los hechos y las palabras de Jesús, se mezcla la experiencia que está viviendo la propia comunidad cristiana, la que celebra la Eucaristía cada Domingo.
Lo que sí aporta este texto es el fruto que da la Eucaristía, porque es el mismo que da la fe. Es decir, la Eucaristía es la expresión privilegiada de la fe, entendida como acogida de Jesús, la Palabra encarnada, la adhesión a él. Y el fruto de la fe -y, por tanto, de la Eucaristía- es la vida nueva del discípulo, unido a Jesucristo.
El/la cristiano/a no puede prescindir de la Eucaristía, siempre que la haya descubierto como esta expresión de la fe y la viva impregnada de la misma fe, que no es un conjunto de creencias sino, repetimos, la unión -o comunión- con Jesucristo, "enviado del Padre que vive" o "pan que ha bajado del cielo". La Eucaristía vivida así cambia la vida, da una vida nueva, una vida de discípulo -vale la pena recordar que Jn, en la última cena, no narra la institución de la Eucaristía sino el lavatorio de los pies (Jn 13, 1ss)- y da una "vida para siempre": "yo lo resucitaré el último día".
En estos versículos de hoy abunda la expresión "carne". "Carne" es la misma palabra que en el capítulo 1 de Juan se suele traducir por hombre (Jn 1,14). No debe entenderse, pues, como la sustancia del organismo humano. Su significado apunta a la naturaleza humana, a la humanidad. Aquí, puesta en labios de Jesús, es para afirmar su condición humana, limitada y mortal. "Carne" es una palabra que nos habla de encarnación: la persona del Hijo de Dios se ha hecho hombre y, "dándose", nos ha dado "vida". Lo mismo debemos decir de la palabra "sangre": significa, también, el hombre entero en su condición natural, terrenal. También significa la vida misma, de la que sólo Dios puede disponer.
"Su carne para comer": el término "carne" ha sustituido el término "pan". El pan era metáfora del don de Dios que da vida. En relación con ello, "comer" significa acoger plenamente el don de Dios, vivir de la Palabra, vivir del Dios que se da él mismo -muerte en la cruz- para que tengamos vida. Lo mismo podemos decir de "beber". Se trata de la adhesión de fe al Hijo de Dios que da su propia vida.
Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.
No debemos olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea de nuestro propio interés.
Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso tenemos que cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con éll
Me planteo como acojo Jesús y qué papel tiene la Eucaristía en este acogimiento
Me fijo especialmente en la comunidad cristiana que vive en medio del mundo:
¿qué frutos da la Eucaristía en la vida de la de nuestra comunidad (parroquia, grupo...)?
No debemos olvidar que en la redacción de los evangelios, a la narración que llega a cada comunidad de los hechos y las palabras de Jesús, se mezcla la experiencia que está viviendo la propia comunidad cristiana, la que celebra la Eucaristía cada Domingo.
Lo que sí aporta este texto es el fruto que da la Eucaristía, porque es el mismo que da la fe. Es decir, la Eucaristía es la expresión privilegiada de la fe, entendida como acogida de Jesús, la Palabra encarnada, la adhesión a él. Y el fruto de la fe -y, por tanto, de la Eucaristía- es la vida nueva del discípulo, unido a Jesucristo.
El/la cristiano/a no puede prescindir de la Eucaristía, siempre que la haya descubierto como esta expresión de la fe y la viva impregnada de la misma fe, que no es un conjunto de creencias sino, repetimos, la unión -o comunión- con Jesucristo, "enviado del Padre que vive" o "pan que ha bajado del cielo". La Eucaristía vivida así cambia la vida, da una vida nueva, una vida de discípulo -vale la pena recordar que Jn, en la última cena, no narra la institución de la Eucaristía sino el lavatorio de los pies (Jn 13, 1ss)- y da una "vida para siempre": "yo lo resucitaré el último día".
En estos versículos de hoy abunda la expresión "carne". "Carne" es la misma palabra que en el capítulo 1 de Juan se suele traducir por hombre (Jn 1,14). No debe entenderse, pues, como la sustancia del organismo humano. Su significado apunta a la naturaleza humana, a la humanidad. Aquí, puesta en labios de Jesús, es para afirmar su condición humana, limitada y mortal. "Carne" es una palabra que nos habla de encarnación: la persona del Hijo de Dios se ha hecho hombre y, "dándose", nos ha dado "vida". Lo mismo debemos decir de la palabra "sangre": significa, también, el hombre entero en su condición natural, terrenal. También significa la vida misma, de la que sólo Dios puede disponer.
"Su carne para comer": el término "carne" ha sustituido el término "pan". El pan era metáfora del don de Dios que da vida. En relación con ello, "comer" significa acoger plenamente el don de Dios, vivir de la Palabra, vivir del Dios que se da él mismo -muerte en la cruz- para que tengamos vida. Lo mismo podemos decir de "beber". Se trata de la adhesión de fe al Hijo de Dios que da su propia vida.
Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.
No debemos olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea de nuestro propio interés.
Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso tenemos que cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con éll
Me planteo como acojo Jesús y qué papel tiene la Eucaristía en este acogimiento
Me fijo especialmente en la comunidad cristiana que vive en medio del mundo:
¿qué frutos da la Eucaristía en la vida de la de nuestra comunidad (parroquia, grupo...)?
Pincha en la imagen para el material |
No hay comentarios:
Publicar un comentario