viernes, 2 de junio de 2017

Vivir a Dios desde dentro

Jesús "exhaló su aliento sobre ellos": Esta expresión nos lleva a los orígenes, a lo que Dios hizo para dar vida al ser humano, a quien modeló del polvo de la tierra (Gn 2,7). De esta manera el Evangelio nos dice que Cristo Resucitado, dándonos el Espíritu, crea la Humanidad Nueva.

El don del Espíritu Santo es fruto de la resurrección de Jesús. Es el Resucitado quien lo da. Don del Espíritu y Resurrección de Jesús no se pueden separar. El Espíritu Santo nos ha sido dado para la nueva presencia de Dios entre nosotros (Jn 14,16-26; 15,26; 16,7-15).

Es por el Espíritu Santo que Cristo vive entre nosotros y en cada uno de nosotros. Es por el Espíritu Santo que Cristo nos comunica su vida de resucitado. Es por el Espíritu Santo que podemos amar. Es por el Espíritu Santo que podemos "ver" el Señor (Jn 3,3; 14,19; 20,24.29). Este "ver" es el "ver" de la fe, el "ver" que llena de alegría. Es por el Espíritu Santo que podemos acoger las presencias del Señor: en la Iglesia reunida (Mt 18,20), en la Escritura proclamada como Palabra viva (Rm 10,17), en los sacramentos (1Co 11,24 -25) y en la vida, en las personas-empezando por los más pobres-y los acontecimientos (Mt 25,40.45; Lc 12,54-13,5; 17,21). Es por el Espíritu Santo que podemos pasar a la acción y dar la vida por los demás como ha hecho el Cristo (Jn 15,13), abiertos a la esperanza del Reino de Dios (Mc 4,26-29).

En la celebración de la Eucaristía expresamos el reconocimiento de estas cuatro presencias del Señor: la primera, en la Reunión, la segunda, en la Palabra que se nos proclama y la tercera, en el Sacramento, y la cuarta, en el Envío del final, que nos recuerda que Él es en la vida, fuera, cuando estamos en la familia y / o dispersos en medio del mundo y de la sociedad (en el centro de trabajo o de estudio o en la plaza o en las asociaciones ...), durante toda la semana, hasta la reunión del domingo siguiente.

Refiriéndose a los que estaban reunidos en un mismo lugar, el evangelista Juan habla de "discípulos", no de apóstoles: así acentúa la adhesión a Jesús, el seguimiento. La identidad del apóstol, palabra que quiere decir "enviado", pasa por ser, ante todo, discípulo.

No se es discípulo ni se es apóstol si no es en la Iglesia: reunidos en un mismo lugar y reunidos con Él, en su presencia.

Es apóstol aquel discípulo a quien el Resucitado envía, al igual que Jesús era enviado por el Padre. El apóstol, pues, nunca parte de la propia iniciativa sino de la iniciativa de otro. Siempre se refiere al proyecto de otro: el proyecto de Dios que tanto amó al mundo que le quiere dar la vida (Jn 3,16) dando a conocer (Jn 7,26).
El apóstol / la militante cristiano/na  es la persona que:

• da a conocer

• con la palabra y la acción

• este Dios, que ha manifestado su amor y ha dado la vida en el hombre Jesús de Nazaret (Rm 1,5; 15,18), y su plan, el Reino.

Esta acción de Dios en Jesús y en los apóstoles tiene implicaciones personales y sociales.

Tomo conciencia del don del Espíritu que he recibido. Y que Jesucristo me ha hecho discípulo y me ha hecho apóstol, enviándome a otras personas para hacerles presente su proyecto.

¿A quién me envía? ¿Cómo respondo a la misión que se me encomienda?

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