domingo, 1 de septiembre de 2019

Lo que se enaltece

Lectura del santo evangelio según san Lucas 14,1. 7-14

Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: - Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a  otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: «Cédele el puesto a  éste». Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a  sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: «Amigo, sube más  arriba». Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será  humillado; y el que se humilla será enaltecido. Y dijo al que lo había invitado: - Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.


SIN ESPERAR NADA A CAMBIO

Invita a los pobres.

Jesús está comiendo invitado por uno de los principales fariseos de la región. Lucas nos indica que los fariseos no dejan de espiarlo. Jesús, sin embargo, se siente libre para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos e, incluso, para sugerir al que lo ha convidado a quiénes ha de invitar en adelante.

Es esta interpelación al anfitrión la que nos deja desconcertados. Con palabras claras y sencillas, Jesús le indica cómo ha de actuar: «No invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos». Pero, ¿hay algo más legítimo y natural que estrechar lazos con las personas que nos quieren bien? ¿No ha hecho Jesús lo mismo con Lázaro, Marta y María, sus amigos de Betania?

Al mismo tiempo, Jesús le señala en quiénes ha de pensar: «Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos». Los pobres no tienen medios para corresponder a la invitación. De los lisiados, cojos y ciegos, nada se puede esperar. Por eso, no los invita nadie. ¿No es esto algo normal e inevitable?

Jesús no rechaza el amor familiar ni las relaciones amistosas. Lo que no acepta es que ellas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas. A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales.

¿Es posible vivir de manera desinteresada? ¿Se puede amar sin esperar nada a cambio? Estamos tan lejos del Espíritu de Jesús que, a veces, hasta la amistad y el amor familiar están mediatizados por el interés. No hemos de engañarnos. El camino de la gratuidad es casi siempre duro y difícil. Es necesario aprender cosas como éstas: dar sin esperar mucho, perdonar sin apenas exigir, ser más pacientes con las personas poco agradables, ayudar pensando sólo en el bien del otro.

Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar de vez en cuando a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que vive necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos.

Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: «Dichoso tú si no pueden pagarte». Esta bienaventuranza ha quedado tan olvidada que muchos cristianos no han oído hablar nunca de ella. Sin embargo, contiene un mensaje muy querido para Jesús: 

"Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa. 

El Padre del cielo los recompensará".

José Antonio Pagola

Para la revisión de vida 


¿Qué maneras conscientes o inconscientes tiene mi corazón para llevarme a buscar "los primeros puestos"?

¿Y esa «necesidad de reconocimiento», a veces casi patológica, que con frecuencia se esconde bajo nuestras mejores intenciones, no es una búsqueda de los primeros puestos»?

Cuando invito, incluso cuando me doy a mí mismo, ¿lo hago pensando -consciente o inconscientemente- en la recompensa que me podrán devolver? 
En definitiva: ¿soy humilde y gratuito? ¿Tengo mi esperanza puesta en "la resurrección de los justos", como dice Jesús?




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