El hombre no puede vivir sin la búsqueda de la verdad sobre sí mismo. Los grandes interrogantes que llevamos dentro renacen siempre: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?; ¿para qué vivimos? Estas preguntas son el signo más alto de la trascendencia del ser humano. Es, precisamente, mirándonos a nosotros mismos con verdad, con sinceridad y con valor como intuimos la belleza, pero también la precariedad de la vida, y sentimos una insatisfacción, una inquietud que nada concreto consigue llenar. Os invito a tomar conciencia de esta sana y positiva inquietud. No os quedéis en las respuestas parciales, más cómodas, que pueden dar algún momento de exaltación, pero que no dan la verdadera alegría de vivir. Aprended a leer en profundidad vuestra experiencia humana: ¡descubriréis, con sorpresa y con alegría, que vuestro corazón es una ventana abierta al infinito! El hombre, también en la era del progreso científico y tecnológico, sigue siendo un ser que desea más que la comodidad y el bienestar, sigue siendo un ser abierto a la verdad entera de la existencia. Vosotros lo experimentáis continuamente cada vez que os preguntáis: ¿Pero por qué? Cuando experimentáis qué significa amar de verdad; cuando sentís fuertemente el sentido de la justicia y de la verdad, y cuando sentís también la falta de justicia, de verdad y de felicidad. ¡Dejad que el misterio de Cristo ilumine toda vuestra persona! Entonces podréis llevar en los diversos ambientes esa novedad que puede cambiar las relaciones, las estructuras, para construir un mundo más justo y solidario, animado por la búsqueda del bien común.
Benedicto XVI
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