En el abrazo inesperado (y en el esperado también). En el amor
correspondido. En la amistad. En una tarde en que descubres que compartir tu
tiempo, tu trabajo, tu esfuerzo, merece la pena. En un rato de oración en el
que, de golpe, Tú estás ahí. En las heridas que se sanan. En el perdón que
llena de hondura la propia historia. En liberarse de las apariencias que
engañan. En aceptar alguna que otra dosis de fracaso. En la humildad. En la fe
que se quita las capas para ir al corazón del evangelio. En todas esas
historias encontramos motivos para la alegría. Y al abrir nuestro tiempo,
nuestras manos y nuestro corazón al prójimo, esa alegría se vuelve júbilo, se
vuelve ternura, y se vuelve fecundidad.
CUANDO MENOS LO ESPERAS…
Después, cuando menos lo esperas,
aparece más fresca la vida.
Y cuanto más alto miras,
cuanto más te sorprendes,
más pequeño, más de rodillas
eres ante Dios.
Después, cuando menos lo esperas,
el tiempo ha marcado su ritmo,
y un sendero por dentro,
y ha tejido otra entraña más viva.
Entonces apareces más hermano,
más hijo, más… de rodillas.
Es casi sin querer, al compás del
deseo,
de la ilusión, como el hombre
va haciéndose criatura,
más a la imagen del corazón del amor.
Y después, cuando menos lo esperas,
no puedes menos que querer de
rodillas.
Isidro Cuervo, S.J.
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