Hoy
celebramos a Dios con toda la Iglesia como la Trinidad Santa. Y nos atrevemos a
hacerlo porque Jesús de Nazaret nos habló de Él. Lo llamó "abba" y nos dijo que siente
inquietud por quienes se experimentan perdidos, enfermos, excluidos, pecadores.
Habló de Él como perdón, aliento de vida, misericordia, ternura humanizadora,
búsqueda constante, espera inquebrantable, resistencia no-violenta, amor pleno
de gratuidad. Libertad.
Nos
habló de un fuego, un viento, un impulso que habla en nosotros cuando nos roban
la palabra o las ganas de vivir. El viene, nos habita y lo re-crea todo. Nos
empuja a no permanecer instalados ni víctimas del miedo. Ni encorsetados en la
estrechez de los egoísmos institucionales. Ese aliento va más allá de los
límites de las confesiones eclesiales o comunitarias. Desconcierta, porque trae
propuestas de nuevas posibilidades derribando las fronteras que levantan el
egoísmo confesional y la presunción teológica.
El
Espíritu siempre es más porque es palabra creativa de Jesús y acción del Padre
y Madre Dios. El Espíritu habla en tus obras. "Por sus frutos los
conoceréis", "no hay árbol bueno que dé frutos malos". Es el
criterio para discernir desde el Evangelio, no "el discurso teórico".
Celebrar
el dinamismo interno de Dios como Trinidad Santa es darnos cuenta que lo que
tengamos que decir de Dios hemos de hacerlo con nuestras vidas.
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