Aunque son conocidos por producir productos animados de consumo familiar, esta vez los estudios Pixar sorprende con un cortometraje que te hará llorar. El corto de seis minutos cuenta la historia de un Sheriff que recuerda un momento difícil de su niñez que lo marcó y no ha podido dejar atrás....
Si quieres trabajar este vídeo en una catequesis, en una clase de religión, podéis plantearlo de la siguiente manera:
La vida es profundamente compleja. Está compuesta por eventos y situaciones muchas veces ajenas a nosotros, que nos cuesta perdonar y que nos mantiene en una lejanía cómoda de quien otea la realidad a lo lejos, sin implicarse más allá de una expresión de desaliento. Otras veces, inevitablemente, estos acontecimientos se hacen más próximos afectando con cierta vehemencia lo que somos, lo que pensamos y lo que vivimos. Pero cuando estos eventos tocan nuestra realidad en lo más profundo, cuando nos llevan a replantearnos lo que somos y lo que hacemos, y cuando dejan una huella imborrable, es cuando constatamos la necesidad profunda de una respuesta que calme nuestra intranquilidad, nuestro sufrimiento y que nos de una luz en medio de nuestra miseria. Perdonarse a uno mismo no es nada fácil.
Miremos a lo profundo de lo que somos: ¿Cuántas veces hemos hecho o vivido una situación en la que todo se nos viene abajo? ¿Cuántas vivencias profundas creemos que nunca nadie ni nada va a poder perdonar, ni siquiera nosotros mismos? ¿Cuántas veces el fracaso, el dolor, el sufrimiento se han instalado en nuestra vida dejándonos con un perplejo mal sabor de boca? Así es nuestra vida, ¡cada uno lleva en su consciencia secretos que son imposibles de contar por lo que suponen para nosotros! Sin embargo, hay alguien que si los conoce todos: Dios, nuestro Padre amoroso.
En este vídeo se nos muestra cómo es posible quedarnos aferrados a un pasado irreconciliado. Un pasado transido por el dolor, la culpa y la falta de respuestas. Un pasado que nos puede arrastrar a la depresión, a la falta de ánimos por vivir. Es un video que nos recuerda lo que sucede cuando somos incapaces de sanar aquello que ha dejado una marca profunda en nuestro corazón; cuando las preguntas emergen a borbotones y cuando los fantasmas de lo que hemos vivido tocan a nuestra puerta, como los demonios de los que habla el Evangelio. Sí, es un contormetraje que nos recuerda que es posible vivir angustiados por algo, lo que sea, que hayamos hecho y cómo esta angustia se transforma en pérdida de sentido. Frente a todo esto, ese Dios amoroso nos ofrece una posibilidad. Frente a ese pecado que queremos ocultar por miedo, vergüenza o malestar hay alguien que nos que nos muestra que es posible reconciliar la vida.
El salmo 138 nos lo recuerda: «Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares». Es un conocimiento amoroso, cercano, cariñoso. porque Dios como Padre nos ama con locura, con todo lo que es, con todo lo que tiene: somos su creación, hechos a su imagen y semejanza. Dios no se aleja de nuestra realidad, compartiendo nuestras alegrías y nuestras tristezas, nuestros sufrimientos y nuestros logros. Por la Encarnación se hizo hombre, el hijo de Dios, el que compartió todo con nosotros excepto el pecado. Día a día hay detalles que nos permiten notar su presencia en medio de nosotros; presencia que, vivida con profundidad lo transforma todo.
En el año de la misericordia, que acaba de concluir, se nos ha recordado lo que quiere Dios de nosotros a través de Mateo: «Mas id, y aprended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificio; porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». Sí, es cierto, en medio de nuestro pecado, de nuestras oscuridades; lo que quiere Dios de nosotros es esa actitud de reconciliación, de redención y de búsqueda del perdón. Nada hay que no pueda ser reconciliado por Dios siempre y cuando nosotros nos dejamos abrazar por esa Misericordia que busca al pecador para que vuelva al redil como la oveja perdida. Dios nos quiere cerca, nos quiere Amados, nos quiere perdonados.
Por último, leamos nuestra historia aprendiendo a contemplarla como una historia de salvación. Dios actúa en los acontecimientos de nuestra vida: «Y el que está sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y añadió: Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas» (Ap 21,5). Sí, nuestra historia tiene posibilidad de ser salvada porque ya ha sido redimida por Jesucristo en su entrega en la cruz. Sí, nuestra historia, cuando la miramos con ojos de amor, nos muestra lo maravilloso que es vivir la misericordia del Señor. Sí, nuestra historia es testimonio de lo mucho que el Señor nos ama.
Vivamos esto en nuestra vida y permitamos que Dios nos muestre como el mal, el dolor y el sufrimiento no tienen la última palabra. Más bien, la última palabra ya fue pronunciada en Jesús de Nazareth y testimoniada en la Resurrección.
Fuente: http://catholic-link.com/
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