Año tras año, al comenzar la segunda parte del Tiempo Ordinario, celebramos el domingo de la Santísima Trinidad. Ante la Trinidad Santa deberíamos abrir un silencio gozoso en nuestras almas, pues solamente con esta actitud podremos comprender que la Santísima Trinidad no es una verdad pasada de moda, sino un misterio que nos hace vivir. En esa oración fraterna y milagrosa que es la Eucaristía, aparece la Trinidad Santa continuamente. Por ello hemos de estar, también, muy atentos a la revelación clara que, en torno a la Trinidad, se nos presenta en todas nuestras celebraciones y especialmente en la administración de los sacramentos. La Trinidad es principio y fin.
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